Hay solamente una noche, prometí
que sería exclusiva, segura, mía. La meta: un poema, una canción y dos
capítulos. Vacilaron las páginas en mis manos, las palabras parecían vacías y
las páginas ahumadas; cambio de objetivo.
Llegó entonces el primer capítulo
(que realmente era el 112), condujo al segundo (es decir, al 154) y llenó la
noche, así hasta llegar al décimo tercero (correspondiente al 147).
“Todo estaba equivocado, eso no
tendría que haber sucedido ese día, era una inmunda jugada del ajedrez de
sesenta piezas, la alegría inútil en mitad de la peor tristeza (la de ya no
poder ni querer ni poder buscar su canción), tener que rechazarla como a una
mosca, preferir la tristeza cuando lo único que le llegaba hasta las manos era
esa llave a la alegría, un paso a algo que admiraba y necesitaba, una llave que
abría la puerta de Morelli, del mundo de Morelli y en mitad de la alegría
sentirse triste y sucio, con la piel cansada y los ojos legañosos, oliendo a
noche sin sueño” (…)
Y así, la intención de un poema,
una canción (sobre todo la canción) y dos capítulos, se convierte en 13
capítulos e incertidumbre a falta de canción (ésa canción) y poema. Sin embargo,
la noche se transforma en día y fuente, en luna viva (aunque menguante), en
señal casi divina. Y en un instante y
medio se modifica la proyección del trabajo, de la vida misma, de la
interacción en un cubo de cristal; aparecen entonces voces, risas, colores,
sombras y nubes; palabras por supuesto, pero atentas, expectantes, vibrantes…
No importa si hoy amanece… o tal
vez sería mejor que la noche se mantuviera plena, de otra manera no fue necesario
ni siquiera un instante completo, bastó la mitad para terminar...
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