“A nosotros los humanos se nos da
la filosofía y entonces no queda más remedio que ejercerla”. Entonces resulta
que si sabemos lo que es la filosofía podemos dotar o aumentar el sentido de la
vida, ¿amor al saber? Y qué es el amor, y qué es el saber, conocer, la verdad, ¿ésta
existe? A lo largo de la historia todo hombre con un poco de vocación a ser
humano se ha hecho por lo menos una de estas preguntas y difícilmente ha
logrado satisfacerse con la respuesta. Y quiera o no, transitará por el
idealismo, el pragmatismo, el escepticismo y toda aquella teoría que se le
atraviese y algo concuerde con una parte de su vida. Cinismo en la
adolescencia, idealismo en la juventud, escepticismo en esta misma y hedonismo
toda la vida. Pragmatismo en la adultez temprana y humanismo en la vejez,
respuestas últimas y profundas al final de la vida, y en el inicio de la vida
pensante, sólo preguntas y vacío.
Ética y estética, verdad,
belleza, bondad, como líneas ideales, pero en lo cotidiano, en lo aparentemente
real, quedan el error y el escarnio, la vulnerabilidad. No hay forma de que el
hombre viva siempre en la verdad, menos aún si no la conoce, y conociéndola es
su naturaleza concupiscente lo que le pone en riesgo de separarse de ella,
perderse en el ruido de afuera, abandonar la paz por el bullicio interior.
… pero la vida no queda
inconclusa, concluye en estos instantes y a la vez se abre de nuevo, se
plenifica por voluntad, pero antes de hacer o conocer, el ser …
“… porque la filosofía no prende,
no se aclimata a un espíritu dominado por la prisa”