lunes, 25 de julio de 2011

Más que ojos de nostalgia

Hoy estoy sorprendida y encantada con la riqueza de la vida. En un sólo día viví un licuado de emociones que me llevan más allá de meramente conmoverme y hacerme llorar de tristeza o de felicidad.

Hoy es por un gran Velázquez, y por todos, los vivos en la tierra, en el cielo, en el recuerdo, en el corazón, en el álbum de fotos y el árbol genealógico, por cada uno de ellos, por cada uno de nosotros.

Hace ya algún tiempo que me di cuenta que tenía mucho sin llorar por esas ausencias que me ponen triste, esas que duelen y desgarran, esas que recuerdan los espacios vacíos, sí, ésa particularmente. Y había intentado por varios medios lograrlo, pero tornaba el momento sentimentaloide y perdía sentido, no es cuestión de mera catarsis, es asunto claro y concreto. Llorar por llorar es como comprar por comprar, satisface un ratito pero no llena la intensidad del vacío.

Bueno, pues bien merecido y medianamente planeado nos enfilamos a vacacionar en familia, sí, debo admitir que a veces la siento chiquita e incompleta pero igual busqué la mentalidad de disfrutar el día.

El camino fue hermoso, estos paisajes veraniegos michoacanos llenos de verde en la más variada gama, amarillo, blanco, azul.. Poco antes de llegar fui presa de ese sentimiento que tenemos muchos en nuestro Estado, unos más constantemente que otros, pero a todos nos ha llegado, la ilusión de que en cualquier momento nos bajarían del carro y ahí acabaría todo.. pero no llegó a tanto, un oriundo cubierto con pasamontañas hizo gesto de "ustedes qué" y nos dejó pasar. "La guardia", dijo mi hermano y yo me limité a acostarme en las piernas de mi mamá, cual niña chiquita. Al salir, una escena similar pero un sentimiento más duro y consciente.

Casi al final del día experimenté el berrinche y luego la risa burda que generan los personajes de telenovela, "comedia" diría mi papá y un par de comerciales bellos. Esto a la par de abrazar a uno de mis rayitos de sol escondido en una nubecilla que parecía ballena gris.

Pero el centro hoy se lo debo a un par de ojitos grandes, hermosos que llenaron ese vacío. Llegamos a Paracho a visitar a mi tío Emilio, a quien no encontramos porque andaba en la plaza, pero en el negocio estaba Rocío, su hija, adentro estaba Jaime.

Tomamos un té de nurite y después de un rato entró el hombre a su casa. Firme y seguro caminó a su cuarto para descansar un poco pero ni nos vio al pasar.

Más tarde Rocío fue por él y estuvo con nosotros un ratito, platicamos y debo admitir que callada observaba cada uno de los detalles que se forjan en las caras de los grandes Velázquez, ese movimiento incesante de pies y/o manos, mientras intentan captar lo más posible de la plática aunque su oído no sea el mejor. Cada gesto, cada línea en su rostro y la mirada serena y segura, en sus ojos no cabe el miedo. La lluvia nos obligó a quedarnos un rato más y en este momento lo agradezco tanto...

Al despedirnos fue inevitable, lo vi a los ojos y vi a mi papá, no pude más que abrazarlo y acariciarlo y disfrutar cómo su voz se quebraba junto con la mía, cómo nuestras miradas se inundaban y el abrazo nos ponía de pie, como me levanta ahora su recuerdo, que es mucho más que nostalgia, es certeza, es fortaleza y es vida.