lunes, 6 de agosto de 2012

Corre putrefacción


Hace no mucho estaba convencida de que el mundo estaba en proceso de putrefacción. Que eran tantas las tragedias, la injusticia, la desconsideración y la deshumanización, que ya poco se podía hacer. Tal vez por ahí rondaban pequeñas alegrías y personas que salían del común, pero la verdad es que teniendo la vida por delante no soñaba tanto como hoy, momentos complicados de la vida, supongo.

Ahora veo más injusticias, tragedias reales, poco humanismo y creo que tengo más claridad. Precisamente esto último es lo que marca la pauta para este momento. He analizado los procesos de putrefacción, de forma simple, he visto cómo la comida se echa a perder en el refrigerador y fuera de él, he analizado las texturas, olores, colores y sí, también los sabores.

Ciertamente dicha transformación es bastante desagradable, pero sobre todo el contraste entre lo que era y eso en lo que se convierte aquello que se pudre es impresionante. Una rozagante lechuga se convierte en un puño viscoso de algo café que no se distingue del todo bien; un animal muerto pierde todo su encanto y puede provocar reacciones de repulsión, sin importar de qué especie se trate; por otro lado, una uva podría volverse pasa…

He aquí dos constantes inevitables en todos los procesos de putrefacción: sólo se pudre lo que antes estuvo vivo y esto se reseca, pierde agua, suelta agua.

Entonces el mundo se pudre porque se le va la vida, los sueños se descomponen porque no se vuelven vida, los corazones se corrompen porque se dedican a sobrevivir, las personas se gangrenan por que optan sólo por permanecer.

No puede pudrirse aquello que no ha disfrutado del aliento vital, ése que recorre el cuerpo entero y que nos perite saborear los colores, ver los sonidos y palpar las emociones, ése que nos recuerda que la vida es más grande que nosotros mismos.

No se pudren las piedras ni los objetos, si acaso los poblarán colonias de pequeños seres que “motivan” la putrefacción, pero aún ellos están vivos. Y no basta morirse, hay que estar en condiciones de convertirse en carroña para reducirse a ella.

Para pudrirse hay que secarse poco a poco, ¿será por eso que el mundo está pudriéndose? No, porque el mundo no está secándose sino contaminándose cada día más, pero aún la contaminación implica vida, ¡movimiento! Ir y venir, hacer, caminar, ampliarse en un medio que lo permita, ¡qué mejor medio para caminar que el agua!

Porque la vida se desarrolla donde hay agua, he ahí la posibilidad de que tengamos vecinos marcianos, o que los hayamos tenido hace miles de años. Pero también ahí se sitúa la grandeza de este momento del año.
Tristemente hay personas que padecen la vida, o el exceso de lluvia que inunda sus hogares. No siempre se está preparado para recibir un torrente de ella, no siempre se está en el mejor sitio para disfrutarla.

Hay quienes aseguran que en algunos círculos no puede surgir agua clara, que es ya demasiada la contaminación, la violencia, los vicios, que la podredumbre los habita en todo su esplendor. Pero hace unos días descubrí que mienten, el agua es paciente, se contiene, aguarda y en el momento preciso brota, avanza despacio y de pronto se precipita, corre por los más insospechados caminos y acaba por inundarlo todo.

Se cuela en los rincones más lejanos y justo ahí hace brillar la luz que la traspasa, que la abraza y con la que ambas forman la maravillosa colección de colores que dan nombre e identidad a la vida misma.

El agua, la luz y la vida, juntas se manifiestan de mil y más maneras distintas, se vuelven cielo y lo pueblan con nubes y estrellas; se sumergen en la tierra y hacen crecer incluso a las plantas más pequeñas; recubren todo y se convierten en sonrisas; pululan en el aire y se convierten en música.

Sin embargo han de luchar siempre por seguir, por no estancarse; porque así como esa tarde fui su presa, al mismo tiempo  así nada más, se me fueron de las manos y las vi correr con rumbo a Vivir ..

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