Procurar los límites funciona
cuando no hemos explorado un pequeño instante de aquello, cuando no hay almas
que se reencuentran; pero cuando por una rendija ya ha logrado asomarse tu voz
que se empató con la mía, cuando al verte caminar reconocí un sendero
coincidente, entonces me doy cuenta de que entraste en mi vida para no irte
jamás.
Y me inunda un sueño en el que te
contemplo plena, vestida de mar, en el ocaso de las tristezas, en el alba de la
vida que no acaba. Comprendo ahora por qué no me era posible voltear la mirada,
detallarlo sería exponernos, cuando a ti y a mí nos bastaba esta sonrisa de
miel.
¿Será por eso que nunca nos pedimos más explicaciones? ¿Será que ambas sabíamos lo que hay en el fondo?
Cuéntame cómo es vivir entre
sirenas y cantos perpetuos, abrázame en las olas y arrúllame como a él. Explícame
si las penas se hunden como piedras mientras flota el alma, dime que los
silencios ya no duelen y que podemos perdernos en la suave melodía del viento.
¿Encontraste aquel poema? ¿Me regalas un trocito de él? Para extrañarte menos, para escucharte más, para sonreír con fuerza, para dormir en paz, porque tu lámpara sigue encendida, tu ausencia sigue en la mía, porque tu canción ha vuelto y te has quedado atrapada en mi garganta.
¡Qué suave caricia, qué firme promesa, qué mutua huella!
Y en este punto es insuficiente agradecer, inevitablemente he de rendir tributo a tu vida en mi voz, aunque sea en esta pieza acompañada de la caracola y polvo de coral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario