Hace no mucho estaba convencida de que
el mundo estaba en proceso de putrefacción. Que eran tantas las tragedias, la
injusticia, la desconsideración y la deshumanización, que ya poco se podía
hacer. Tal vez por ahí rondaban pequeñas alegrías y personas que salían del
común, pero la verdad es que teniendo la vida por delante no soñaba tanto como
hoy, momentos complicados de la vida, supongo.
Ahora veo más injusticias, tragedias
reales, poco humanismo y creo que tengo más claridad. Precisamente esto último
es lo que marca la pauta para este momento. He analizado los procesos de
putrefacción, de forma simple, he visto cómo la comida se echa a perder en el
refrigerador y fuera de él, he analizado las texturas, olores, colores y sí,
también los sabores.
Ciertamente dicha transformación es
bastante desagradable, pero sobre todo el contraste entre lo que era y eso en
lo que se convierte aquello que se pudre es impresionante. Una rozagante
lechuga se convierte en un puño viscoso de algo café que no se distingue del
todo bien; un animal muerto pierde todo su encanto y puede provocar reacciones
de repulsión, sin importar de qué especie se trate; por otro lado, una uva
podría volverse pasa…
He aquí dos constantes inevitables en
todos los procesos de putrefacción: sólo se pudre lo que antes estuvo vivo y
esto se reseca, pierde agua, suelta agua.
Entonces el mundo se pudre porque se
le va la vida, los sueños se descomponen porque no se vuelven vida, los
corazones se corrompen porque se dedican a sobrevivir, las personas se
gangrenan por que optan sólo por permanecer.
No puede pudrirse aquello que no ha disfrutado
del aliento vital, ése que recorre el cuerpo entero y que nos perite saborear
los colores, ver los sonidos y palpar las emociones, ése que nos recuerda que
la vida es más grande que nosotros mismos.
No se pudren las piedras ni los
objetos, si acaso los poblarán colonias de pequeños seres que “motivan” la
putrefacción, pero aún ellos están vivos. Y no basta morirse, hay que estar en
condiciones de convertirse en carroña para reducirse a ella.
Para pudrirse hay que secarse poco a
poco, ¿será por eso que el mundo está pudriéndose? No, porque el mundo no está
secándose sino contaminándose cada día más, pero aún la contaminación implica
vida, ¡movimiento! Ir y venir, hacer, caminar, ampliarse en un medio que lo
permita, ¡qué mejor medio para caminar que el agua!
Porque la vida se desarrolla donde hay
agua, he ahí la posibilidad de que tengamos vecinos marcianos, o que los
hayamos tenido hace miles de años. Pero también ahí se sitúa la grandeza de
este momento del año.
Tristemente hay personas que padecen
la vida, o el exceso de lluvia que inunda sus hogares. No siempre se está
preparado para recibir un torrente de ella, no siempre se está en el mejor
sitio para disfrutarla.
Hay quienes aseguran que en algunos
círculos no puede surgir agua clara, que es ya demasiada la contaminación, la
violencia, los vicios, que la podredumbre los habita en todo su esplendor. Pero
hace unos días descubrí que mienten, el agua es paciente, se contiene, aguarda
y en el momento preciso brota, avanza despacio y de pronto se precipita, corre
por los más insospechados caminos y acaba por inundarlo todo.
Se cuela en los rincones más lejanos y
justo ahí hace brillar la luz que la traspasa, que la abraza y con la que ambas
forman la maravillosa colección de colores que dan nombre e identidad a la vida
misma.
El agua, la luz y la vida, juntas se
manifiestan de mil y más maneras distintas, se vuelven cielo y lo pueblan con
nubes y estrellas; se sumergen en la tierra y hacen crecer incluso a las
plantas más pequeñas; recubren todo y se convierten en sonrisas; pululan en el
aire y se convierten en música.
Sin embargo han de luchar siempre por
seguir, por no estancarse; porque así como esa tarde fui su presa, al mismo
tiempo así nada más, se me fueron de las manos y las
vi correr con rumbo a Vivir ..
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